lunes, 8 de agosto de 2011

Introducción bíblica del retiro del 30 de julio de 2011


LA ORACIÓN DE JESÚS

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo entonces: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación».
(Lc 11, 1-4)

Vosotros orad de esta manera: «Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal».
(Mt 6, 9-13)

Para empezar, comentar a modo de presentación, que la idea de trabajar este tema en un retiro me la dio más el pasaje del evangelio de Lucas, aunque me ha parecido interesante incluir también el correspondiente del evangelio de Mateo (sólo en estos dos aparece la escena), por las sutiles diferencias que hay en el texto del Padrenuestro. Todo lo que viene a continuación no es cosecha propia, ni mucho menos, sino simple digestión de las introducciones bíblicas dedicadas al tema por el hermano John de Taizé y recogidas en su libro “el Padrenuestro… un itinerario bíblico” (Ed. Narcea, 1994).

Entrando en harina, fijemos nuestra atención en la escena: un discípulo de Jesús (no lo olvidemos, varios de ellos habían seguido antes a Juan, a quien se hace referencia) le pide un día al Maestro que les enseñe a orar como Él lo hace: quieren aprender la oración de Jesús.

En primer lugar, hay aquí un hecho muy sencillo que merece ser resaltado: Jesús oraba. Nos han enseñado desde pequeños a entender su condición divina como una “colección de superpoderes” (por decirlo de algún modo) y pudiéramos pensar que Jesús no necesita orar, no tiene por qué hacerlo. Todo lo contrario, durante su existencia terrena Jesús no dejará de emplear el tiempo necesario para detenerse y adentrarse de forma concreta en la intimidad divina, en un «a solas» con Dios. Es algo esencial para él.

¿Cuál es el sentido auténtico de la exhortación del discípulo, que, tras mirar a Jesús, le ruega? Los apóstoles eran judíos y por ello la oración un elemento consustancial a sus vidas. Ellos ya saben rezar, conocen multitud de oraciones, para todos los tiempos y ocasiones. Lo que desean no es aprender una nueva oración, sino conocer la oración de Jesús, ser adentrados en su relación personal, de carácter único con Dios. Jesús responde a su ruego enseñándoles el Padrenuestro, que empezaremos a desbrozar a continuación.

Pero antes, una reflexión. Nosotros no somos discípulos directos del Maestro, no somos discípulos de la «primera generación». Los que nos han precedido en la fe plantaron en nosotros la semilla del Evangelio, de la cual brota (debiéramos decir, para hablar con propiedad, puede brotar) nuestra vida cristiana. La condición necesaria para que esto ocurra no es otra que alimentar esta semilla, para permitir su crecimiento.
¿Cómo alimentar la semilla de Evangelio depositada en mí, la vida del Espíritu, para que crezca y dé fruto? Se trata, en otras palabras, de la cuestión de las fuentes de la fe, de la vida interior.

Entre esas fuentes y en un lugar especial se encuentra la oración, ese momento en el que de forma voluntaria y consciente, nos ponemos en presencia de Dios. Es cierto que Dios está siempre presente y que nuestro deseo es vivir de y para él, pero no es menos cierto que el olvido forma parte de la condición humana y que la multiplicidad de preocupaciones conduce irremediablemente a la dispersión. Esa es la razón que hace insustituibles esos tiempos en los que nos detenemos para ocuparnos de «lo único esencial». Esa es la razón por la que Jesús también oraba, sin duda.

La cuestión de la oración evoca inexorablemente otra no menos esencial: ¿Quién es Dios? Si, en efecto, la oración es definida como relación con ese Otro que nosotros llamamos Dios, la oración estará en función de la concepción que tengamos de Dios. Esta cuestión late, por tanto, en la pregunta que los discípulos formulan a Jesús y también en la forma en que Él les responde. Con su oración Jesús les transmite su experiencia de Dios, lo que Él vive en su relación con Dios.

Por estos dos motivos me parece importante dedicar nuestras reflexiones al Padrenuestro: por la importancia de orar, tal y como Jesús hacía; y por la experiencia de Dios que Jesús nos transmite (y nos ayuda a vivir) con su oración[1].

Para acabar esta reflexión inicial, comentar que no se pueden pasar por alto dos detalles al leer el Padrenuestro: su gran sencillez, por un lado, se trata casi de la oración de un niño, y por otro el hecho de que casi la totalidad de sus expresiones son propias de la oración judía, fuertemente enraizada en las Escrituras hebraicas, que los cristianos llamamos Antiguo Testamento. Que estas dos constataciones no nos velen la fuerza y novedad de la oración de Jesús.

Padre nuestro que estás en el cielo

La primera palabra que aparece en la traducción al griego de la oración de Jesús es Padre. El hecho de que para hablar de la intangible divinidad, los hombres recurran a imágenes de la vida terrena -un padre, una madre, un rey, un pastor...- es usual. No es difícil, por tanto, comprender la razón de aplicar el atributo a Dios, visto así como la fuente de la vida.

El término «Padre», que evoca un lazo de gran proximidad entre Dios y los hombres, es utilizado en las Escrituras hebreas con una cierta discreción y prácticamente nunca en las oraciones. Por otro lado, en la Biblia, la imagen del padre no corresponde al hecho de que Dios sea Creador del universo, sino que fundamentalmente evoca la génesis de un pueblo. En todo caso, no podemos decir que se trate de uno de los títulos de Dios preferidos por el pueblo. De hecho, Jesús sin duda conoce y utiliza las oraciones de la Biblia, entre ellas los salmos, en las que la referencia a Dios es otra. Sin embargo, cada vez que reza espontáneamente lo hace comenzando con la palabra «Padre», y más exactamente, con el término Abbá[2]. Una expresión tan corriente que podía ser escuchada en boca de los niños de la calle al requerir la atención de sus padres.

Antes que nada, este término traduce una intimidad única. Los fieles judíos creían en un Dios que amaba y cuidaba de su pueblo, y que en ningún caso era un Dios lejano. La relación entre Jesús y Dios aparece, sin embargo, envuelta en una intimidad mucho mayor, una comunión total. Por eso (entre otras cosas) afirmamos que Jesús es el Hijo único de Dios.

La utilización del término Abbá es para Jesús un signo de confianza, de amor filial. El que dice a Dios Abbá está viendo en Él a alguien siempre presente y dispuesto a acompañarle y ayudarle a avanzar, en particular en los momentos más difíciles. Esta confianza es, por otra parte, una inimaginable fuente de libertad[3].

En cuanto a nosotros, empezar a llamar a Dios Padre nos hace ver que lo esencial de la vida cristiana es el paso de la condición de esclavo a la de hijo, como escribe san Pablo en sus cartas (Ga 4, 3-7; Rm 8, 14-17). Una relación con Dios caracterizada por el temor se transforma en una relación de confianza. Además, conviene resaltar que no se trata del logro de un esfuerzo humano, sino como una obra que Dios realiza por medio de Jesús, su Hijo. Poder decir «Padre» a Dios es por tanto declarar que Jesús nos ha hecho entrar en una relación completamente nueva con Dios y expresar esta relación con la palabra que Jesús nos ha enseñado.

Pero el que ose llamar a Dios «Padre» al hacer suya la oración de Jesús, debe añadir a continuación «nuestro», que a pesar de su sencillez traduce una verdad fundamental del Evangelio: la nueva relación con Dios implica como consecuencia inmediata una nueva relación con los hombres. El Dios de Jesucristo no consiente relación individualista alguna. Entrar con Jesús en una nueva relación con Dios es, al mismo tiempo, encontrarse vinculado a todos los que avanzan sobre ese mismo camino.

Jesús en el evangelio hace alusión a los dos grandes mandamientos que recapitulan la Torah: el amor a Dios y el amor al prójimo (Mt 22, 34-40). Estos dos mandamientos son como las dos caras de una misma y única realidad[4].

Por último, la expresión «en el cielo» no indica en modo ninguno que Dios esté lejos de nosotros, sino que quiere hacernos comprender que, aunque le llamemos «Padre», Dios no deja de ser el Otro, Aquél que está fuera y más allá de nosotros. Por otra parte, Dios no es un padre a la manera de los hombres. Nuestra imagen de Dios se construye, es cierto, a partir de nuestras experiencias humanas. Pero el amor de Dios supera ampliamente toda relación humana, y ello más aún si la experiencia personal con nuestros padres ha sido incompleta o negativa. Dios no es un padre terrenal.

En definitiva, en la raíz del Padrenuestro no yace una imagen humana cualquiera sino la relación viva y concreta entre Jesús y Aquél al que él llama Abbá. Por medio de Cristo, esta relación única nos es accesible. Al ofrecerle nuestro sí, recibimos su Espíritu y participamos así de su propia relación con el Padre; quizá por esto, en los primeros siglos, el Padrenuestro era una de las últimas enseñanzas ofrecidas a los que pedían el bautismo. Los recién bautizados recitaban esta oración por vez primera después de su bautismo en el transcurso de la liturgia del Sábado Santo, para subrayar la nueva etapa que daba comienzo, la nueva relación en la que acababan de entrar con Dios.

Santificado sea tu Nombre

Las primeras palabras del Padrenuestro van seguidas de una serie de súplicas que podrían parecernos un retroceso con respecto a lo anteriormente descubierto. Si Dios es nuestro Abbá que nos ama y nos es cercano, ¿qué razón hay para pedirle nada? La expresión de estas peticiones ¿no es innecesaria e incluso un signo de desconfianza? Y, sin embargo, Jesús nos dice que pidamos, que busquemos, que llamemos[5]. La confianza en el Padre nos garantiza recibir, encontrar y que se nos abra. Jesús toma como punto de partida la imagen de un padre humano para asegurarnos que Dios es mucho más.

En el Evangelio, el hecho de pedir no es un signo de duda sino por el contrario, actualización, ejercicio de la confianza y la libertad filiales. Una mutua relación en la que no deja de primar el don por parte de Dios y la súplica y la receptividad por la del hombre. Pedir es colaborar con Dios.

Las peticiones del Padrenuestro aparecen claramente divididas en dos grupos. Las tres primeras peticiones son similares; se trata de hecho de tres invocaciones con matices ligeramente distintos, dirigidas a una misma y única intervención de Dios.

La primera de las súplicas, «santificado sea tu Nombre», es probablemente la de más difícil comprensión. Antes de nada se impone comprender el significado bíblico del nombre. No se trata nunca de una simple palabra o etiqueta como ocurre con frecuencia en nuestro caso. En la Biblia, el nombre forma parte de la realidad de una cosa o de una persona; es revelación de su secreto, manifestación de su ser, su identidad. El Nombre divino es, en cierto modo, Dios mismo. Es Dios que se revela a los hombres, el perfil de Dios vuelto hacia su pueblo.

La historia de Israel, como pueblo elegido y engendrado por Dios, es un continuo repetir la siguiente escena, narrada en tantos lugares del Antiguo Testamento: el pueblo de Dios está llamado a «guardar sus mandamientos» y «seguir sus caminos» para transmitir al conjunto de la humanidad la justa imagen de su Dios. Cuando este pueblo no vive en consonancia con la voluntad de Dios, tiene lugar una contradicción, por no devolver, como pueblo, una imagen fiel de la fuente de su existencia y no permitir que los demás conozcan a Dios tal y como es en verdad. Este pueblo profana el nombre del Señor. Surge una insostenible separación entre la realidad del Dios de la vida y la imagen que de Él refleja su pueblo con su existencia.

Varios siglos antes de Cristo, el profeta Ezequiel se ve enfrentado a una situación de este tipo, durante el exilio en Babilonia[6]. ¿Qué hace Dios entonces? Actuar por fidelidad a sí mismo, para ser consecuente con su identidad: Él es el Dios de la misericordia y la justicia. Dios se dispone a actuar para salvar a su pueblo; hará volver a los exiliados a sus lugares y perdonará su pecado. La identidad de Dios se pone de esta manera claramente de manifiesto. No obstante, esto no resolverá definitivamente el conflicto. ¿Qué puede evitar que el pueblo olvide de nuevo al Señor como lo hizo en el pasado? El profeta avista un nuevo horizonte, presiente que vendrá un tiempo en el que Dios transformará a su pueblo desde el interior, cambiando su corazón de piedra por un corazón de carne e infundiendo su Espíritu, el Soplo divino, en el fondo de su ser. Ese día el pueblo podrá santificar en verdad el Nombre de Dios pues su manera de vivir hará que la identidad de Dios brille plenamente.

Ese día llega con Jesús, que nos revela la verdadera identidad de Dios, nos hace conocer su auténtico Nombre. La vida de Jesús en su totalidad nos da la respuesta a la pregunta «¿quién es Dios?». La misión de Jesús es por tanto «manifestar el Nombre de Dios» (Jn 17,6), «dar a conocer su Nombre» (Jn 17,26).

Hemos visto que según el Antiguo Testamento, Israel ha recibido el Nombre de Dios para profanarlo o para santificarlo. Ello es igualmente válido para cada uno de nosotros como discípulos de Cristo que somos. El signo más importante de que somos portadores de ese Nombre, de que pertenecemos a Dios, es la comunión entre nosotros, la vivencia del amor fraterno. Por medio de ella, los cristianos son para el mundo un icono viviente del Dios de la vida, al hacer presente su Nombre de forma auténtica[7].

Al orar «santificado sea tu Nombre», pedimos a Dios su intervención para que los hombres puedan conocer su auténtica identidad. Pedimos que todos puedan contemplarlo como fuente de confianza y amor. Expresamos nuestro deseo de que esta nueva relación con Dios en la que hemos entrado por medio de Cristo y el don del Espíritu Santo, se haga extensible a la creación entera. La santificación del Nombre de Dios pasa por nuestras existencias. Pedimos a Dios que, valiéndose de nuestras vidas, se dé a conocer a los demás tal y como él es en realidad. Pedimos que nos sea concedido ser imagen suya, transmitir fielmente un reflejo de él.

Venga a nosotros tu Reino

Esta segunda petición hace referencia a la misma realidad que la precedente, enfocándola desde un punto de vista distinto. No se trata únicamente de conocer la verdadera identidad de Dios sino, una vez conocida, vivir en consecuencia.

Volviendo a los profetas del Antiguo Testamento, Isaías, como Ezequiel, describe en su visión un tiempo de paz y felicidad. Ese día la realidad del mundo se identificará con el mundo deseado por Dios. Todos los pueblos confluirán a Jerusalén para recibir la enseñanza de Dios y aprender a caminar por sus senderos. Vendrá un tiempo de paz y justicia para el mundo entero como consecuencia de la aceptación de Dios por todos los hombres, un nuevo orden mundial abierto a todos, fruto del conocimiento de Dios y sus caminos[8].

¿Cómo será y cuándo vendrá el Reino de Dios? Cuestión candente para el pueblo judío, también en tiempos de Jesús. En opinión de algunos, el establecimiento del Reino sólo puede ser obra personal de Dios. A los hombres corresponde esperarlo ardientemente y orar para que llegue. En el otro extremo, algunos conciben la llegada del Reino como el fruto de una revolución política: se impondría tomar las armas y forzar así, en cierta manera, la mano de Dios, que se vería obligado a actuar en nuestro favor. Dos puntos de vista extremos.

En tiempos de Jesús, un sector influyente del pueblo judío aspiraba ardientemente al Reino de Dios. Estos creyentes opinaban que para urgir la llegada de ese Reino habría que comenzar anticipándolo aquí y ahora, en las circunstancias concretas de la vida. Esto se conseguiría observando los mandamientos, viviendo lo más fielmente posible a la Ley de Dios. Los que así pensaban eran los fariseos, cuyas concepciones en ciertos aspectos no eran tan diferentes de las del propio Jesús.

Jesús, por su parte, no ofreció nunca una definición precisa del mismo sino que se refirió siempre a él mediante contraste de imágenes y parábolas. Pero de ellas podemos extraer algunas indicaciones importantes:

  • Jesús no piensa, de ningún modo, que el Reino de Dios se instaure por la fuerza y la violencia humanas. No tiene nada que ver con la victoria de unos y la derrota de otros, no se trata de un reino según los criterios de este mundo.
  • El Reino de Dios conserva en todo momento su proyección universal; es una realidad abierta a todos.
  • El aspecto más original, sin duda, es que para Jesús el Reino es objeto de una ardiente espera. No obstante, esto no le impide ser una realidad que espera a la puerta que, en cierta forma, ha dado comienzo con la venida de Jesús. Jesús anuncia el Reino de Dios como una realidad actuante ya en el mundo, aunque sea de forma oculta y misteriosa. Si bien no puede ser constatada mediante indicaciones exteriores, no deja de exigir por ello un compromiso radical, una conversión de corazón. Los que tienen ojos para ver y oídos para oír el misterio del Reino presente en Jesús se hacen a su vez, sujetos de ese Reino.

Hágase tu voluntad...

La tercera súplica del Padrenuestro, ausente en la versión de san Lucas, está estrechamente unida a la anterior. Efectivamente, el Reino de Dios se hace presente allá donde los hombres viven según la voluntad de Dios.

Las Escrituras hebreas hablan de la voluntad de Dios con dos connotaciones diferentes: una más activa, la otra de carácter más pasivo. «Hacer la voluntad de Dios» (Sal 40,9; 119; 112; 143, 10) significa literalmente «hacer lo que agrada a Dios, hacer lo que Dios desea». No se trata tanto de obedecer a una ley abstracta, sino de vivir las consecuencias de una relación personal. Cuando amamos a alguien buscamos espontáneamente hacer lo que le agrada.

Podemos invertir la imagen. Si Dios nos ama, su felicidad es que nosotros descubramos la vida en plenitud, que seamos felices; no una felicidad superficial, sino la felicidad que experimenta el ser humano que se convierte en aquél que está llamado a ser. Esta es la segunda acepción de la expresión «la voluntad de Dios», que alude al designio o plan de Dios para el conjunto de la humanidad así como de cada uno de nosotros (Ef 1,9-10).

La expresión «designio de Dios» hace referencia al hecho de que Dios nos ha creado por algún motivo, que nuestras vidas tienen un sentido: la existencia del universo y la vida de cada uno de nosotros tienen una finalidad deseada por Dios en su bondad. Dios nos ha creado con vistas a una comunión con él. Sin embargo, ¡cuidado! La imagen del designio de Dios sería errónea si nos condujera a pensar en una especie de libro en el que todo hubiera sido escrito previamente[9].

Dios desea nuestra felicidad; la diferencia con nuestros padres humanos es que es Dios mismo quien ha depositado en nosotros los dones, y entre ellos el que es tal vez el don más grande: la libertad[10]. Por eso, para dar cumplimiento al designio de Dios, hemos de realizar plenamente el ser que somos, desarrollando todos los dones depositados en nosotros. Ser cada vez más capaces, a imagen suya, de amar y servir. De este modo podemos entender porque la voluntad de Dios no podrá nunca ser separada de su amor.

Así, cuando se nos plantea la pregunta de cómo hacer la voluntad de Dios, Jesús nos dice: «¡Hay que brillar!»[11] Jesús responde a nuestras preguntas transformándolas y no sin cierto humor. Si somos (o estamos llamados a ser) luz, brillar es lo único que podemos hacer. La auténtica cuestión consiste en descubrir cómo ser luz. En la medida en que vivimos unidos a él, de él recibimos esa luz que poco a poco nos transfigurará en imagen suya. De este modo, el actuar no carece de importancia, pero no ha de estar centrado en sí mismo. Hacer la voluntad de Dios es ante todo dejar que Dios cumpla su voluntad en nosotros y a través de nosotros.

...en la tierra como en el cielo

Por Cristo y el don de su Espíritu, entramos en una nueva relación con Dios («Padre»), que a su vez se traduce en una nueva relación con los hombres («nuestro»). Pero esta nueva relación no es un privilegio reservado a una élite. Pedimos a Dios que revele su identidad auténtica (su Nombre) a los demás, de manera que todos los hombres vivan según su voluntad de amor. Las últimas palabras de esta primera parte de la oración resumen perfectamente ese sentido: «En la tierra como en el cielo». Pedimos que la realidad de Dios inunde progresivamente toda la tierra.

Por nuestra parte, un compromiso, un decir a Dios: «Toma mi vida para que, a través de mi persona, parte de tu amor y tu luz puedan ser transmitidos a los demás. Concédeme reflejar tu vida en los sencillos acontecimientos de mi existencia». Conocedores como somos de nuestras fragilidades y límites, ¿cómo podemos atrevernos a asumir tal compromiso? ¿Dónde encontraremos la fuerza para mantenerlo? En la segunda parte de la oración pasaremos del «tú» al «nosotros» para pedir todo lo que nos es necesario para cumplir el compromiso que queremos adquirir. No se trata de que, como se ha dicho con frecuencia, la primera parte del Padrenuestro esté consagrada a Dios y la segunda a las necesidades de los hombres. Se trata de una única oración, no dos. Después de haber hecho nuestra la oración de Cristo, pedimos para nosotros los bienes que nos permitirán participar en su misión, ponernos en camino con él.

Danos hoy nuestro pan de cada día

El primero de los grandes dones que pedimos a Dios es el don del pan. El término pan en hebreo hace referencia a todo lo que es necesario para la vida: el alimento, el vestido, el alojamiento...
La interpretación de esta súplica del Padrenuestro se complica por aparecer en ella un término cuyo significado se nos escapa; se trata de la palabra griega epiousios, que no volverá a ser encontrado en el Nuevo Testamento. Se le atribuyen corrientemente dos acepciones distintas. La primera y más común es la de pan cotidiano, pan de este día, el pan que nos es necesario hoy. Por otro lado puede igualmente ser interpretado como el pan de mañana, el pan del futuro, lo cual plantea un problema con la exhortación de Jesús: «No os preocupéis del mañana» (Mt 6,34). Una argumentación de tipo espiritual para explicar esta aparente contradicción: el pan del mundo venidero, el pan de la Tierra Prometida, sugiere una nueva forma de orar por la venida del Reino. Cada una de estas dos posibles interpretaciones comporta una parte de verdad.

Volvamos al relato del maná, ese «pan» misterioso cuyo nombre literalmente significa «¿Qué es esto?». Este misterioso pan es, en primer lugar, una realidad material, una comida. Ser eso no le impide ser más. Ese pan viene del cielo, es decir, de Dios mismo. Sabía a miel, con lo que el maná prefigura esa Tierra de la Promesa, apareciendo como el «pan de mañana» que irrumpe en el hoy del pueblo para proporcionarle la fuerza que le es necesaria en su caminar.

Dos detalles muy bonitos en esta escena. El maná hace posible una milagrosa experiencia de solidaridad, de perfecto compartir: «ni los que recogieron mucho tenían de más, ni los que recogieron poco tenían de menos. Cada uno había recogido lo que necesitaba para su sustento». Una anticipación del Reino de Dios, la realización de un mundo de justicia: el maná no puede acumularse ni ser guardado en reserva, y cuando algunos lo intenten conservar para el día siguiente, el misterioso pan se pudrirá y se llenará de gusanos.

Otro relato con el pan de por medio: las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 04, 02-04). Jesús responde haciendo simplemente suyas las palabras de la Escritura: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Este texto está sacado, precisamente, del capítulo ocho del libro del Deuteronomio: un discurso sobre las lecciones que el pueblo de Israel tenía que extraer de la travesía del desierto. El versículo en cuestión (Dt 8, 3) se refiere a la historia del maná. El texto no supone una separación entre el pan material (menos importante) y el alimento espiritual (don de Dios). Jesús no insinúa en modo alguno que el hombre pueda vivir sin pan, es una invitación a discernir en las realidades terrenas la presencia actuante de Dios dándoles consistencia, una llamada a discernir ya en este mundo el Reino de Dios.

En definitiva, el pan, sin dejar de ser una realidad material, remite a una realidad de otro orden, más allá de su significado habitual, a Dios mismo como fuente de nuestra vida. La Biblia no separa lo «material» de lo «espiritual» para despreciar lo primero y centrarse en lo segundo. Su visión es distinta: hacer entrever tras las realidades de este mundo la presencia de Dios, dando sustento y sentido a todo.

Otro detalle importante: el don del pan ocurre siempre en un lugar desierto. Únicamente en un lugar así, es donde el hombre es capaz de acoger todo como don de Dios. Cuando nos encontramos en una situación de excesiva facilidad nos es más fácil soslayar lo esencial. Tener hambre está lejos de ser un bien en sí, pero para Cristo, ese lugar de privación, ese lugar de necesidad, se convierte en el punto de entrada de Dios en el mundo.

¿Cuál es el alimento que nos permite vivir como testigos de Dios en este mundo?: La Palabra de Dios que encontramos en la Biblia, la oración, el amor fraterno, el apoyo de los otros y la Eucaristía, que recapitula todas las otras formas de pan. Con esta súplica del Padrenuestro expresamos nuestro deseo de vivir plenamente el hoy de Dios, confiando en Él, sin instalarnos en lo no esencial.

Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

Quien intente vivir plenamente el hoy de Dios se verá inevitablemente confrontado con su pasado. Todos somos sujetos de una historia llena de pasos en falso, de pesares, de heridas provocadas o sufridas, en otras palabras, de todo un bagaje que entorpece nuestro avance. El segundo de los dones que pedimos a Dios en el Padrenuestro a continuación del pan, es el don del perdón, el amor de Dios que recrea y hace posible un nuevo comienzo.

En la Biblia aparecen varias maneras de describir las faltas humanas. Una de ellas es la imagen de la deuda, en la parábola de los talentos (Mt 25, 14ss). Jesús nos quiere decir con ella que lo grave es que el ser humano no potencie los dones que Dios ha depositado en él, que no confíe en sí mismo, porque eso significa que no confía tampoco en Dios. El hombre, creado a imagen de Dios, está llamado a transmitir a los demás lo que él ha recibido.

Otra parábola es la del acreedor inmisericorde (Mt 18, 23ss). ¿Por qué una desproporción tan grande entre la deuda perdonada al acreedor y la que él se niega a perdonar? Para ilustrar la diferencia entre Dios y los hombres: no hay punto de comparación entre lo que Dios nos da y lo que por nuestra parte podemos ofrecer.

El hecho de que Dios perdone, de que sea un Dios de misericordia, no es una particularidad del Nuevo Testamento. Es verdad que Jesús nos muestra con su muerte el alcance de la misericordia del Padre; la cruz nos revela una misericordia que no conoce límites, pues consiente el don total (cf. Jn 15,13). La misericordia de Dios tiene una larga historia en Israel, como por otro lado en el Islam. ¿Dónde reside entonces la novedad del Evangelio? (Lc 06, 36; cf. Mt 05, 07). La auténtica novedad no es que Dios sea misericordioso, sino que nosotros podamos serlo a su imagen.

Oración de la mañana del 30 de julio de 2011


Oración de la mañana (Retiro 30/07/2011)

“PEDID Y SE OS DARÁ”
Canto: Bonum est confidere in Domino, bonum sperare in Domino. (Bueno es confiar y esperar en el Señor)

Meditación
         
Canto: Dona la pace Signore a qui confida in te. Dona, dona la pace Signore, dona la pace. (Da la paz, señor, a quien confía en ti)

Salmo 86
Tú, Señor, eres bueno e indulgente, 

rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende, Señor, a mi plegaria, 
escucha la voz de mi súplica!
Yo te invoco en el momento de la angustia, 

porque tú me respondes.

Lectura bíblica
Jesús dice: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán, pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre.¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra? O, si le pide pescado, ¿le dará en vez de pescado una culebra? O, si pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan!»
(Lc 11, 9-13)

Canto: Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta. Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta.

Oración final
Dios, nuestro Padre, haz que siempre recordemos tu amor por nosotros. Y cuando comprendemos que nada puede separarnos de ti, la confianza de la fe nos abre la ascensión hacia una apacible alegría. (H. Roger)

Canto: Il Signore ti ristora. Dio non allontana. Il Signore viene ad incontrarti. Viene ad incontrarti. (El Señor te restaura. Dios no te aparta. El Señor viene a encontrarte.)

Oración del mediodía del retiro del 30 de julio de 2011


Oración de mediodía (Retiro 30/07/2011)

“AMARÁS A TU DIOS”

Canto: Jesus le Christ, lumière intérieur, ne laisse pas mes ténèbres me parler. Jésus le Christ, lumière intérieur, donne moi d´accueillir ton amour.
(Jesucristo, luz interior, no dejes que mis tinieblas me hablen. Jesucristo, luz interior, dame de acogida tu amor)
Meditación
         
Canto: Ubi caritas et amor, ubi caritas Deus ibi est (Donde hay caridad y amor, allí está Dios)

Salmo 18
Yo te amo, Señor, mi fuerza
Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, 

mi Dios, el peñasco en que me refugio, 

mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoqué al Señor, que es digno de alabanza 

y quedé a salvo de mis enemigos.

Lectura bíblica
Un maestro de la ley le preguntó a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley?» Él le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. Estos dos preceptos sustentan la ley entera y los profetas». (Mt 22, 35-40)
SILENCIO
Canto: Toi, tu nous aimes, source de vie (Tú, que nos amas, fuente de vida)

Oración final
Jesús, alegría de nuestros corazones, desde tu resurrección, tú nos iluminas con una luz interior. Incluso si nos sentimos frágiles o pequeños, podemos decirte: te amamos sin haberte visto, quisiéramos amarte con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón. (H. Roger)

Canto: Bog jest miƚościa miejcie odwag żyć dla miƚościa. Bog jest miƚościa. Nie lkajcie sie. (Dios es amor. Atrévanse a vivir por amor. No hay que temer.)

Oración de la tarde del retiro del 30 de julio de 2011


Oración de la tarde (Retiro 30/07/2011)

“POR LAS OBRAS OS RECONOCERÁN”


Canto: Jesus le Christ, lumière intérieur, ne laisse pas mes ténèbres me parler. Jésus le Christ, lumière intérieur, donne moi d´accueillir ton amour.
(Jesucristo, luz interior, no dejes que mis tinieblas me hablen. Jesucristo, luz interior, dame de acogida tu amor)
Meditación
Tú, Señor, que eres la Luz del mundo… Iluminas nuestra vida.
Tú que eres la Verdad, nos iluminas para la misión recibida, y nos llamas a ser luz y a proyectar luz.
Iluminas el caminar de las culturas, los pasos de quienes se acercan a cada pueblo con amor. Iluminas el peregrinar de tu Iglesia, tu pueblo amado.
Iluminas el corazón de nuestra sociedad, los más desvalidos, los que padecen hambre y sed. Iluminas las noches de quienes sienten el peso del sufrimiento y del dolor, de la enfermedad y de la distancia.
Iluminas nuestras decisiones para que sean siempre movidas por tu espíritu de discernimiento e iluminas nuestras acciones
Iluminas el camino de nuestra fe para que creamos y confiemos en ti.
Iluminas nuestras energías de amor para que, haciéndonos todo para todos, sepamos entregar la vida al servicio de nuestros hermanos.
Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todos y nos muestras el camino de la salvación, concédenos la abundancia de tu Espíritu para que preparemos delante de ti caminos de justicia y de paz.
Para que seamos luz del mundo y que de nuestras buenas obras surjan cantos de alabanza a Dios, que es nuestro Padre.

Canto: C’est toi ma lampe, Seigneur. Mon Dieu éclaire ma ténèbre. Seigneur, mon Dieu, éclaire ma ténèbre. Seigneur, mon Dieu, éclaire ma ténèbre. (La luz eres tú. Señor disipa mis tienieblas. Oh Dios, mi Dios, disipa mis tinieblas)

Alleluia
Dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor
Bendeciré al Señor, que me aconseja, de noche me instruye internamente
Señor, tú enciendes mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre






Oración de la tarde (Retiro 30/07/2011)

“POR LAS OBRAS OS RECONOCERÁN”


Canto: Jesus le Christ, lumière intérieur, ne laisse pas mes ténèbres me parler. Jésus le Christ, lumière intérieur, donne moi d´accueillir ton amour.
(Jesucristo, luz interior, no dejes que mis tinieblas me hablen. Jesucristo, luz interior, dame de acogida tu amor)
Meditación
Tú, Señor, que eres la Luz del mundo… Iluminas nuestra vida.
Tú que eres la Verdad, nos iluminas para la misión recibida, y nos llamas a ser luz y a proyectar luz.
Iluminas el caminar de las culturas, los pasos de quienes se acercan a cada pueblo con amor. Iluminas el peregrinar de tu Iglesia, tu pueblo amado.
Iluminas el corazón de nuestra sociedad, los más desvalidos, los que padecen hambre y sed. Iluminas las noches de quienes sienten el peso del sufrimiento y del dolor, de la enfermedad y de la distancia.
Iluminas nuestras decisiones para que sean siempre movidas por tu espíritu de discernimiento e iluminas nuestras acciones
Iluminas el camino de nuestra fe para que creamos y confiemos en ti.
Iluminas nuestras energías de amor para que, haciéndonos todo para todos, sepamos entregar la vida al servicio de nuestros hermanos.
Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todos y nos muestras el camino de la salvación, concédenos la abundancia de tu Espíritu para que preparemos delante de ti caminos de justicia y de paz.
Para que seamos luz del mundo y que de nuestras buenas obras surjan cantos de alabanza a Dios, que es nuestro Padre.

Canto: C’est toi ma lampe, Seigneur. Mon Dieu éclaire ma ténèbre. Seigneur, mon Dieu, éclaire ma ténèbre. Seigneur, mon Dieu, éclaire ma ténèbre. (La luz eres tú. Señor disipa mis tienieblas. Oh Dios, mi Dios, disipa mis tinieblas)

Alleluia
Dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor
Bendeciré al Señor, que me aconseja, de noche me instruye internamente
Señor, tú enciendes mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre



Lectura bíblica
Así dice el Señor: «Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Os rociaré con un agua pura que os purificará. […] Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que cumpláis mis mandatos poniéndolos por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios». (Ez 36, 24-28)

Canto: Spiritus Jesu Christi, Spiritus caritatis, confirmet cor tuum; confirmet cor tuum. (Espíritu de Jesucristo, Espíritu de amor, confirme el corazón)

Silencio. Kyrie eleison. Padre Nuestro

Oración final
Inspíranos, Señor, el gesto y la palabra oportunas.
Que sepamos ser portadores de tu luz ante los hombres,
Que nuestras obras sean siempre fruto del amor,
Que seamos tu reflejo, simplemente amándonos como tú nos amas

Cantos: El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa.

The kingdom of God is justice and peace and joy in the Holy Spirit. Come, Lord, and open in us the gates of your kingdom. (El reino de Dios es justicia y paz y alegría en el Espíritu Santo. Ven Señor, y abre en nosotros las puertas de tu reino)

Bonum est confidere in Domino, bonum sperare in Domino. (Es bueno confiar y esperar en el Señor)

Jesus Christ, bread of life, those who come to you will not hunger. Jesus Christ, Risen Lord, those who trust in you will not thirst. (Cristo Jesús, pan de vida, los que acuden a ti no pasarán hambre. Cristo Jesús, el Señor resucitado, los que acuden a ti no tendrán sed.)

Fiez-vous en Lui, ne craignez pas. La paix de Dieu gardera vos coeurs. Fiez-vous en Lui. Alleluia, alleluia (Fiaos de él, no temáis. La paz de Dios guardará vuestros corazones, aleluya)

Sit nomen Domini sit benedictum. Nunc et in saecula benedictum. (Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre)