martes, 24 de mayo de 2011

Introducción bíblica del retiro del 21 de mayo de 2011


EL DON DEL ESPÍRITU

Preparación de Pentecostés.


Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró para pedirle algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Dícele ella: “Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino”. Replicó Jesús: “No sabéis lo que pedís...
...al oír esto, los otros diez, se indignaron con los dos hermanos. Más Jesús los llamó y dijo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como  señores absolutos, y los grandes los oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y  a dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 20-28)

Al llegar el día de Pentecostés[1], estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron en cada uno de ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
Residían en Jerusalén hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua (Hch 2, 1-6)


Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Pero el temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo... Hch 2, 42-47.



            Empezamos nuestro comentario con la primera lectura. No buscaremos hacer un enjuiciamiento moral de lo apóstoles cutres y de su madre igualmente cutre. En realidad su comportamiento no es nada raro. Los sentimientos que muestran son frecuentísimos.  El afán de ser más que los demás es poco menos que universal. Se trata de un impulso jerárquico que nos hace parecernos mucho a los protagonistas de los documentales sobre fauna. Cualquiera que lleve unos años deambulando por cualquier ambiente profesional, conoce bien escenas como estas. Pero en nuestra cultura de raíz católica, se procura disimular estos impulsos con un paño de pseudohumildad, como quien se tapa las vergüenzas. Pero, invadidos a través del cine y series televisivas por la cultura norteamericana, estamos aprendiendo a llamar “triunfador” al que consigue ser más que los demás.  Y “fracasados” a quienes no lo consiguen, es decir, a la mayoría[2].
            Pensamos que la actitud de estos personajes ambiciosos, es normal; acaso “impúdica” por mostrar abiertamente sus vergüenzas. Pero las personas decentes también tenemos vergüenzas, aunque tengamos el buen gusto de llevarlas cubiertas.

            En la segunda lectura se nos relata un prodigio: apartemos por un momento nuestra atención de lo más llamativo, como el viento[3] impetuoso y las llamas[4], para fijarnos en el cambio que sufren los discípulos. Están entusiasmados (“llenos de mosto” para los malintencionados), pero además se han vuelto capaces de hablar de manera que todos les entiendan aunque no hablen su idioma.
            Podemos escuchar la lectura con un cierto distanciamiento, como algo que nos afecta indirectamente tan solo. Al fin y al cabo aquel prodigio lo disfrutaron sus protagonistas... Pero ellos no lo entendieron como un hecho puntual, sino como algo continuado, aunque no volviese aquel viento ruidoso ni aquéllas lenguas de fuego. Los apóstoles comenzaron a realizar un gesto para que el Espíritu llegase también a otros discípulos: Entonces les imponían las manos  y recibían el Espíritu Santo (Hch 8, 17). Hace unos días , en compañía de Ana, puede contemplar como uno de sus sucesores repetía el gesto sobre unos cuantos jóvenes que acudieron a confirmarse. ¿Sería ingenuo esperar que esos chicos sufran una transformación como la de Pentecostés? Seguro... Pero no del todo.

            El capítulo 2 de Hechos termina con otro cambio. Ya no son “normales”, como en la primera lectura. Ahora muestran una escena opuesta a las vergonzantes pugnas por ser más que los demás que mostraban Santiago, Juan y su descarada madre. De la lucha individual por el “éxito” a la comunidad fraterna, al cuerpo de Cristo. Queremos centrarnos hoy en este segundo aspecto visible de su cambio. Pero antes comentemos un poco esto de poder hablar para que todos nos entiendan.

            Hace tiempo que vengo observando un hecho curioso en nuestro pequeño ambiente de las oraciones de Taizé:  acudimos con placer a cantar letras  con frases bíblicas, salmos, alabanzas a Dios y cosas así. Escuchamos con reverencia la lectura de la Escritura. Pero luego, en las conversaciones entre nosotros, lo espiritual desaparece como si debiese estar recluido en ese entorno “sagrado” que es la oración. En realidad creo que el motivo de esa carencia de  conversaciones espirituales no está tanto en una especie de tabú cuanto en nuestra dificultad para hablar de eso. Tenemos la boca cerrada. Parecido a como me pasa a mi con el inglés, que intento hablarlo de todo corazón, pero no llego a abrir la boca[5]. ¿Qué nos pasa?

            Desde luego tenemos motivos para callar que no son de índole espiritual, sino cultural. Cualquiera puede constatar un hecho curioso: encontraremos cristianos inteligentísimos y cultísimos, profesionales del intelecto incluso, que se muestran brillantes a la hora de exponer sus convicciones políticas, filosóficas, científicas, etc., pero que eluden hablar de lo religioso, y si se les fuerza a ello, se muestran torpes e inseguros, como si mágicamente les hubieran quitado la seguridad que muestran en otros campos. Y, claro, si a ellos les afecta el demonio mudo que les impide hablar de su fe, a los cristianos del montón les afecta aun más.
            Se ha expuesto como causa de esto, que los contenidos de la fe se transmiten –si es que se transmiten- fundamentalmente en la infancia y en la preadolescencia, y luego esa transmisión se queda reducida a la homilía dominical[6], para los que vayan a misa, claro. Y así, los recursos que tiene una persona adulta para explicar su fe tienen un tufillo a catequesis infantil que le empuja a mantener la boca cerrada.
            Otro aspecto. La Iglesia realizó, durante siglos un gran esfuerzo por adecuar su discurso a las culturas a las que llegaba, para evitar que se repitiese la desagradable experiencia de san Pablo en Atenas, cuando los griegos le despacharon con un amable “eso ya te lo escucharemos otro día”. El pobre Pablo intentaba hablar de la resurrección de Cristo a gente de una cultura que creía en un alma inmortal que no necesitaba de la resurrección para tener vida eterna.
            Ahora , debilitado ese esfuerzo de conciliación de nuestro discurso cristiano con la cultura de nuestra época, nos encontramos en una situación tan incómoda como la de Pablo en Atenas. En un texto que os daré cuando lo encuentre, Ortega explicaba con un talento que no puedo imitar, como cualquier discurso, sobre lo que sea, tiene que estar ineludiblemente armonizado con las evidencias que la ciencia moderna nos ha puesto delante. Y el nuestro no lo está. Salvo que estemos especialmente atentos a ello, no caeremos en la cuenta de estas contradicciones a las que me refiero, pero todos lo percibimos intuitivamente al menos, y por eso callamos. Veamos solo un ejemplo. Decimos: Padre nuestro, que estás en los cielos... En la antigüedad los que rezaban así tenían una cosmovisión según la cual la tierra, morada de los hombres,  era un plato plano, que tenía una bóveda estrellada donde vivían Dios y los ángeles –o los dioses para los paganos-, y por debajo del plato se extendía el abismo, morada de los demonios. Con esa cosmovisión es lógico pensar que Dios está en los cielos. Pero con la nuestra no o es[7]. Y podríamos estar horas explicando otros ejemplos. No solemos pensar en ello, pero la incomodidad que producen estas cosas, nos vuelven mudos y apocados.

            Sin embargo, la raíz más importante de nuestra mudez es espiritual. Podemos recordar el texto de Lucas 12, 11 en que Jesús les dice: Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con que os defenderéis, o que diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir. Si no hacemos una lectura exclusivamente literal, pensando que solo era para los apóstoles, encontramos una orientación. No se trata de que hablemos nosotros, sino que le prestemos nuestra boca al Espíritu. Y no me estoy refiriendo a que todos nos convirtamos ahora en nuevos profetas Isaías o Jeremías. Se trata de otra cosa. De lo que rebosa en el corazón habla la boca (Lc 6, 45). Se trata de dejar entrar en el corazón al Espíritu, a su influencia a su gracia. ¿Como buscar esa influencia, aparte del sacramento citado? Obviamente a través de la oración –entre otras cosas-. Seguramente todos notaremos que, después de una oración, o mejor aun de una semana en Taizé u otro lugar parecido, nuestros pensamientos, sentimientos y palabras se tiñen de espiritualidad aunque sea torpemente.
San Juan de la Cruz  lo explica así:

Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensen ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho mas progreso harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejando aparte el buen ejemplo que de si darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración...Cierto entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales con ella; porque, de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que aunque más parezca que se hace algo por de fuera, en substancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios. (CB 29, 3)


El problema viene cuando nuestro corazón se quedó vacío de espiritualidad, de esa influencia curativa divina que llamamos “gracia”. Si le preguntas a alguien por qué acude a pasar unos días a un monasterio, o unos ejercicios espirituales,  o algo parecido, es posible que responda: “He venido a cargar las pilas”. Me parece una intuición muy certera. Si nos vaciamos de Dios, empezamos a decir nuestras palabras en lugar de decir las de Él. Me explico mejor con un ejemplo que escuche el otro día a José Miguel de Haro. Una amiga suya, en medio de un viaje, paró en un pueblo para participar de la eucaristía dominical. En la iglesia solo había unas pocas señoras viejas y el cura.  Cuando llegó la homilía, el cura se puso a abroncar a las pobres señoras de una manera terrible. Al salir de misa, la amiga de José Miguel le dijo al cura: “Padre, por favor, cuando le duela el estómago, no diga homilías”. El cura[8] estaba actuando como portavoz de sí mismo, en vez de hablar como portavoz de Otro. A eso me refiero con la falta de espiritualidad. Y cuando nos falta no sabemos que decir, ni con la palabra ni con las obras. Como profe de Religión, era para mi una tortura hablar a los chicos de lo espiritual en momentos en que me encontraba con el corazón “en la reserva”. Inevitablemente transmitía mis ideas, mis criterios, mi... en lugar de hablar de otra Persona. Y cuando sobra la espiritualidad, las palabras vienen, como le pasaba a Martín Fierro con el mosto[9]; y si no tenemos don de palabra, vienen las obras, la vida, el talante, hasta la expresión del rostro. ¿Alguno/a tuvo la suerte de contemplar como hablaba el rostro de Roger sin abrir la boca?
            Le oí decir una vez a un experto en catecumenados juveniles: “A veces me echo a temblar cuando oigo: ese grupo de jóvenes lo lleva fulano. Y me pregunto: si, ¿pero adonde lo lleva? ¿a sí mismo, o a Jesucristo?”
Y es que, siguiendo a san Juan de la Cruz, poco bueno podemos decir o hacer cuando se nos ha envanecido la sal[10]. Se que resulta escandaloso para las mentes poco piadosas[11] de nuestros contemporáneos, pero cada día estoy más convencido que las buenas obras (y palabras) no se pueden hacer sino en virtud de Dios.

            Pero vayamos a ese otro efecto que tuvo Pentecostés sobre los apóstoles.
Si repasamos la primera lectura encontramos dibujado uno de los aspectos oscuros de la convivencia humana. Unas personas tratando de lograr privilegios a costa de desplazar a otros. Pero solo es una de las oscuridades más inocentes. Las hay mucho peores, como todo el mundo sabe. Homo homini lupus[12], decía un comediógrafo romano. Y un filósofo inglés[13] le cogió el hilo argumental y afirmó que el egoísmo es básico en el comportamiento humano, aunque la sociedad se esfuerce en ponerle coto para posibilitar la convivencia. Sartre llevó al extremo la cosa afirmando que “el infierno son los otros”. Bueno, no caeremos en visiones tan pesimistas de nuestra naturaleza, no somos tan malvados, pero seguramente estaremos de acuerdo en la necesidad de abandonar aquella ingenuidad de que el “hombre es bueno por naturaleza”.
            Somos seres humanos; no somos demonios, pero quien espere de los demás –o de si mismo/a- un comportamiento angelical, tendrá una vida plagada de decepciones.

            Si ahora repasamos las otras dos lecturas vemos que los apóstoles se muestran como personas distintas. Aunque algunos piensan que la imagen de la primera comunidad que da el capítulo 2 de Hechos está idealizada, podemos confiar en que aquellos que se encerraban “por miedo a los judíos” ahora salen a hablar públicamente con un atrevimiento que no tenían y con una elocuencia que iba mucho más allá de la pura retórica. Y los que pugnaban entre ellos por los mejores puestos, están ahora todos de acuerdo, tienen sus bienes en común, y son perseverantes en la oración común y en partir el pan con un mismo espíritu, con alegría y sencillez.
            ¿Qué ha pasado? Pues ha pasado el viento del Espíritu, que les ha hecho cambiar. Ahora viven en comunión. La naturaleza humana se ha revestido de espiritualidad. Ahora muestran algo que Jesús les señaló como signo de identidad: en como os amáis sabrán que sois discípulos míos. Se ha producido un prodigio, un milagro. Su unión muestra rasgos que son más propios de ángeles que de hombres. ¿Cómo es esto posible? Porque no se alimenta solamente de la naturaleza humana, que propicia escenas como la de la primera lectura. Nuestra naturaleza no da para más. Pero si desde fuera de esa naturaleza nos llega una Fuerza que nos da un vigor que no nos corresponde por nacimiento,  se hace posible el prodigio de la fraternidad cristiana.

            En contraste, pensemos en la revolución francesa, en los jacobinos y en su conocidísimo lema “libertad, igualdad, FRATERNIDAD”. En realidad, habían construido lo que Ortega llamó “cristianismo en hueco”, es decir un cristianismo reducido tan solo a sus valores, pero sin Dios, sin Cristo, sin el Espíritu. Como creían que “el hombre es bueno por naturaleza”, podían confiar que esa naturaleza humana, sin auxilio alguno del Espíritu Santo, sería capaz de crear un paraíso de fraternidad. Ya sabemos lo que ocurrió: la guillotina funcionando con frecuencia, las cárceles llenas de presos políticos, el genocidio de la Vendée, los oficiales del ejército luciendo botas y guantes hechos con la piel de los hombres y las mujeres vendeanos, las guerras napoleónicas....
            Nuevos intentos de llevar a la práctica utopías de una convivencia idílica basadas en la buena naturaleza humana –elevada a categoría divina por sus ideólogos[14]- llevaron a millones de personas a vivir las pesadillas del fascismo y del comunismo, llegando al paroxismo del horror hace bien poco, en Camboya.

            Pero volvamos otra vez la vista a cosas más amables. Repasamos: ...las buenas obras no pueden hacerse sino en virtud de Dios. La frase nos suena exagerada enseguida, salta a la vista. Pero sospecho que San Juan de la Cruz pudiera en realidad estar hablando de su propia experiencia. Como si sus épocas de descuido en ponerse bajo la influencia del Espíritu, hubiera que se le envanece la sal, que sus palabras, sus gestos, sus actos y sus pensamientos, están sosos, no tienen el sabor de Dios[15].

            Si intentamos construir una convivencia mejor que la que tenemos apoyándonos en nuestras fuerzas, en la naturaleza humana, posiblemente fracasaríamos como los jacobinos y sus sucesores.
Parece que los apóstoles y sus compañeros del primer momento, apoyados en el Espíritu, si disfrutaron de una fraternidad que no era “normal”.
            ¿Sería lícito aspirar a tener entre nosotros una fraternidad inspirada en lo que se cuenta en Hch 2? Yo creo que no solo nos es lícito, sino que es lo que tenemos que hacer. Esa fraternidad, esa comunión se llama Iglesia. A veces esa palabra nos evoca autoridades eclesiásticas, edificios dedicados al culto, instituciones... Para remediar esa enfermedad de nuestra imaginación podemos recurrir a la idea de Pablo: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo; Él es la cabeza y nosotros los miembros. Pero podemos perdernos, si la imaginación nos lleva a la Iglesia universal extendida por todo el mundo, al Vaticano o cosas así. Pablo nos ayuda otra vez: a la Iglesia de Jesucristo que está Corinto... Aun disfrutando de una comunión universal con todos los creyentes, nuestra vivencia concreta se da en la iglesia local: allí donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.
            O sea, que donde tenemos que hacer nuestra experiencia de fraternidad es justamente con nuestros amigos creyentes, con aquellos con los que compartimos habitualmente la fe. Entre nosotros estamos llamados a hacer este camino de amantes, o de “amadores” podemos decir para que no suene a otra cosa.
            Sin olvidar que la forma cristiana de amar, la caridad, no es una idea que nos ha convencido, no es una norma moral a cumplir, no es un “valor moral”. Es un sentimiento. No se ama a los hermanos por una cuestión de principios, o con la cabeza; se les ama con el corazón, entendiendo por tal no solo la efusión sentimental, sino el centro de nuestro ser.
Y no se trata de una propuesta piadosa, o de un experimento de gente desocupada. Nos jugamos mucho en esto. En realidad nos lo jugamos todo: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos (1 Jn 3, 14). Ni más ni menos.

¿Qué podemos hacer? Lo primero que se me ocurre es erradicar el veneno del anonimato. Cada domingo acudo a la parroquia y me siento rodeado de personas a las que solo conozco de vista. Inevitablemente surge la pregunta: ¿se le puede llamar a esto, con propiedad, una comunidad cristiana, una fraternidad de discípulos de Cristo?
Es difícil amar en abstracto, a personas a las que no conocemos.  Pero eso no pasa solo en la parroquia. Cada viernes, en la oración, me tortura ver a muchas personas con las que nunca crucé unas palabras. No vamos a violentar la situación para buscar encuentros artificiales. Pero ahora, en el retiro, es el momento. Sugiero que, en el tiempo dedicado a intercambio en grupos, nos dividamos en grupos de tres personas para conversar y darnos a conocer unos a otros. Y dar a conocer el aspecto de nuestra vida que nos ha reunido hoy aquí: que ha hecho Jesucristo en mi vida concreta, quien he llegado a ser bajo la influencia –la gracia- del Espíritu, cual es mi misión...
Así podríamos empezar un camino que lleve a un punto en el que se cumpla eso de en cómo os amáis sabrán que sois discípulos míos.

Podemos intuir, sin equivocarnos, que de una fraternidad así se derive un gran gozo. Y acaso no sea desbarrar demasiado si pensamos en ese gozo como una “primicia”, un aperitivo del reino.
Aunque no debemos imaginar todo de color de rosa. No estamos es el Reino todavía, debemos cargar con nuestra naturaleza –y con la de los demás-, que nos impulsa todavía a comportamientos como los de la mujer de Zebedeo. Un periodista preguntó una vez a un obispo: ¿No querría usted que la Iglesia fuera más perfecta?
¡No, por Dios!, respondió asustado el obispo. ¿Por qué?, replicó el asombrado periodista. ¡Porque me echarían!, esa fue su respuesta.

Si uno no ha sido bendecido con el don de los poetas, resulta muy difícil hablar de los sentimientos sin caer en vulgaridades más pringosas que la Nocilla. Así que no queda más remedio que ser copiones. Para bajar a lo concreto, para describir con detalle que sea esto de la caridad, nada mejor que el recurso a 1Cor 13, por muy conocido y repetido que esté:
La caridad es paciente, es amable; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta.
Acaso esperaríamos que una fraternidad cristiana sería como un banquete emocional, donde darse atracones de sentimientos gratísimos. Desde luego debe haber mucho de eso, pero en el texto de 1 Cor 13 vemos que la vivencia del amor entre los hermanos tiene dimensiones “de cruz”, podríamos decir, pues se nos invita a cargar, no solo con nuestros pecados, sino con los de los demás: todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta.  En la carta a los Colosenses remata el tema.
Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo.
La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

            Como en un nuevo Pentecostés. Si llegáramos a tener realmente una caridad entre nosotros, podremos hablar con entusiasmo del Resucitado aunque no seamos capaces de hablar idiomas extraños ni tengamos don de elocuencia. Al decir de Roger, hablaremos contando la parábola de la comunidad.

Terminamos con la exhortación del apóstol a los hermanos de la Iglesia que estaba en la ciudad de Filipos:
Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor, una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés sino el de los demás.
Tened entre vosotros los mismo sentimiento que tuvo Cristo Jesús.


[1] Primariamente la fiesta de la siega, y posteriormente la fiesta de renovación de la Alianza, cincuenta días después de la Pascua.
[2] Pero no tenemos capacidad para lograr“éxito” y evita el “fracaso” más que en parte. Bonaparte, gran “triunfador” y gran “fracasado” reconocía: somos hijos de las circunstancias.
[3] Hay afinidad entre el Espíritu y el viento. La misma palabra (pneuma) significa “espíritu” y “soplo”.
[4] La forma de las llamas se relaciona aquí con el don de lenguas.
[5] Tengo que probar a estudiarlo; a lo mejor así...
[6] Me encantaría hacer el experimento de preguntar a muchos fieles a la salida de misa, por el contenido de la homilía. Tengo la intuición de que un porcentaje muy alto no escuchan ni una sola palabra de lo que dice el cura.
[7] Cuando Iuri Gagarin volvió del primer viaje espacial, Kruschev, el primer ministro soviético, dijo con sorna que su astronauta no había visto a Dios por ninguna parte.
[8] Para desgracia del pobre cura, las lecturas del día no incluían que la puesta del sol no te sorprenda en tu enojo (Ef 4, 26).
[9] Mi gala en las pulperías
Era, en habiendo más gente,
ponerme medio caliente,
Pues cuando puntiao me encuentro
Me salen coplas de adentro
como agua de la virtiente.
[10] Vosotros sois la sal de la tierra, pero, ¿si la sal se desvirtúa, con que se la salará? Mt 5, 13
[11] Decir “impías” suena muy fuerte.
[12] El hombre es un lobo para el hombre. La cita es de Plauto.
[14] “Dios ha muerto, el nuevo dios es el hombre”
[15] Algo parecido al relato de Moisés rezando con lo brazos levantados para que Dios auxilie a sus hombres que entran en combate. Cuando baja sus brazos por la fatiga, los israelitas retroceden, cuando los vuelve a levantar, avanzan. Pues nosotros igual en el combate que se libra en el corazón de cada uno/a .

Oración del 20 de mayo de 2011


¿POR QUÉ SE SUSCITAN DUDAS EN VUESTRO CORAZON?

Himno: ¡Alleluia, alleluia, alleluia! Slava tiebie Bože ! Slava tiebie Bože! Slava tiebie Bože! (¡Aleluya! Gloria a ti, Señor.)

Canto: Veni Sancte Spiritus, tui amoris ignem accende. Veni Sancte Spiritus, veni Sancte Spiritus. (Ven, Espíritu Santo, enciende la llama de tu amor. Ven, Espíritu Santo.)

Meditación
Jesus resucitado está en medio de nosotros, en el centro de nuestro corazón. Nos ha buscado para salvarnos. Nos conoce desde siempre, y ahora, cuando ha manifestado su poder frente a al sufrimiento y la muerte, ha venido para serenar nuestra alma en medio de nuestras dudas. Ha venido a dar la paz definitiva a nuestro corazón, tantas veces asustado, que lleno de miedos, no puede verle. Él, que nos ve y nos comprende, viene a nuestro lado con todo su poder redentor para darnos una paz que nada nos podrá arrebatar.
Como remedio a nuestras dudas, Jesús, nos invita a que le miremos, a que le contemplemos, a que le veamos con nuestra imaginación: con nuestros ojos interiores. Si dejamos que nuestra alma se empape de su presencia, su vida llegará a nuestro corazón, y, a su debido tiempo, llegará también a nuestras acciones.
El espíritu de Jesus resucitado confirma nuestro corazón vacilante y nos saca de nuestros miedos.


Canto: Spiritus Jesu Christi, Spiritus caritatis, confirmet cor tuum; confirmet cor tuum. (El Espíritu de Jesucristo, espíritu de amor, confirme tu corazón)

Salmo 62. Alleluia, Alleluia, Alleluia.

Solo en Dios encuentro descanso,
de él viene mi salvación;
Sólo en Dios descansaré,
de él viene mi esperanza.
Dios es mi roca fime y mi refugio.
Confiad siempre en él, pueblo suyo;
Presentad ante él vuestros anhelos.
¡Dios es nuestro refugio!

Lectura bíblica:

"Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presento en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados creían ver un espiritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazon? Mirad mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos, como véis que yo tengo.»
Lc. 24, 36-39.

Canto: Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta
Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta.

Silencio. Kyrie eleison. Oración de la Iglesia. Padre Nuestro

Oración final:
Jesús, nuestra paz,
tú nos concedes avanzar por la fe,
creer sin haber visto.
Y nos mantenemos a la espera
de una luz interior que está ahí para todos. 
                                                  H. Roger
Cantos:

Il Signore ti ristora. Dio non allontana. Il Signore viene ad incontrarti. Viene ad incontrarti. (El Señor te restaura. Dios no te aparta. El Señor viene a encontrarte.)

Dona la pace Signore a qui confida in te. Dona, dona la pace Signore, dona la pace. (Da la paz, señor, a quien confía en ti)

Frieden, Frieden hinterlasse ich euch. meimen Frieden gebe ich euch. Euer Herz verzage nitcht. (La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón)

Fiez-vous en Lui, ne craignez pas. La paix de Dieu gardera vos coeurs. Fiez vous en Lui. Alleluia, alleluia! (Fiaos de Él, no temáis. La paz de Dios guardará vuestros corazones.)

Bonum est confidere in Domino, bonum sperare in Domino.
(Bueno es confiar en el Señor, bueno es esperar en el Señor)

Bless the Lord, my soul, and bless God´s holy name. Bless the Lord, my soul, who leads me into life. (Bendice, alma mía, al Señor, y bendice su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, mi alma, que me guía en la vida.)

Let all who are thirsty come, let all who wish receive the water of life freely. Amen. Come Lord Jesus. Amen. Come Lord Jesus.  (Venid todos los que tenéis sed, todos los que queráis recibir el agua de la vida gratis. Amen. Ven Señor Jesús.)

Oración del 13 de mayo de 2011


ALGUNOS, SIN SABERLO, HOSPEDARON A ÁNGELES

( De la carta a los Hebreos 13, 2 )

 

Oración en tiempo de Pascua

13 de mayo de 2011

Himno: Alleluia alleluia alleluia Slava tiebe Boze, slava tiebe Bozeslava tiebe Boze. Alleluia alleluia alleluia    ( Alleluia gloria a ti Señor )

Canto: Veni Creator Spiritus ( Ven Espíritu Creador )

Meditación:
            Desde su  resurrección, Cristo permanece a las puertas de nuestro corazón, esperando ser acogido. Él no fuerza a nadie. Camina junto a nosotros, como junto a los discípulos de Emaús. No nos recrimina nada acerca de nuestras dudas y desesperanza, como no lo hace con estos discípulos. Permite que descarguemos nuestro corazón, como a ellos les escucha en silencio por el camino. No impone su presencia...Pero algo pasa en el encuentro con Él, algo sucede en el corazón del ser humano en este encuentro – a veces inconsciente – que le impulsa a decir: “Quédate junto a mí, que la tarde está cayendo “. Él nos acoge, y eso provoca una acogida por nuestra parte. Meditemos sobre esta hospitalidad, que aparece en todas las Escrituras. Como cristianos, la experiencia de Dios, nos conduce a hospedar en nuestro corazón a toda persona que encontramos en el camino de la vida, especialmente a aquellos que no tienen donde “hospedarse”, que viven la necesidad material o viven a la intemperie a causa de la soledad, la angustia o cualquier otro tipo de mal de nuestro tiempo. Meditemos en la hospitalidad que Abraham brindó a los tres peregrinos...Después, reconoció que era el mismo Dios que le visitaba. También los discípulos reconocieron a Jesús tras invitarle a quedarse con ellos. Y el mismo Cristo nos dice en el Evangelio que cuando acojamos a uno de nuestros semejantes necesitados, le estamos acogiendo a Él mismo. Hospedando a Cristo en nuestra alma y hospedando a Cristo a través de los otros, nos estamos dejando acoger por el mismo Dios. Pidamos al Espíritu Santo, al dulce huésped del alma, que prepare nuestro corazón para vivir esta realidad desde el corazón en nuestra vida.

 

Canto: Veni Sancte Spiritus tui amoris ignem accende veni Sancte Spititus veni Sancte Spiritus .( Ven Espíritu Santo, enciende el fuego de tu amor )


Salmo  Alleluia alleluia alleluia


Lectura bíblica:

Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el establecimiento del mundo porque tuve hambre, y me disteis de comer: tuve sed, y me disteis de beber: ERA HUÉSPED, Y ME HOSPEDASTEIS. - Desnudo, y me cubristeis: enfermo, y me visitasteis: estaba en la cárcel, y me vinisteis a ver. Entonces le responderán los justos, y dirán: Señor ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer: o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped y te hospedamos: o desnudo y te vestimos, o cuándo te vimos huésped o en la cárcel y te fuimos a ver?
En verdad os digo, que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis

Canto: Ubi caritas et amor ubi caritas Deus ibi est  Donde hay caridad y amor está Dios

Silencio. Kyrie eleison. Padre Nuestro.Oración final


Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado            - Benedicto XIX -
Cantos:Surrexit Dominus vere alleuia alleluia surrexit Christus hodie alleluia alleluia
            ( Cristo ha resucitado hoy, ha resucitadio de veras )
            Oh oh oh oh Jubilate Deo omnis terra oh oh oh oh oh alleluia alleluia
            El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa ( bis ) Oh oh…
Cantate Domino canticum novum alleuia alleluia cantate Dmomino omnis terra alleluia alleluia. ( Cantad al Señor un cántico nuevo toda la tierra )
            Veni Sancte Spiritus ( Ven Espíritu Santo )
Spiritus JesuChristi spiritus caritatis confirmet cor tuum ( bis )
            ( Que el Espíritu de Cristo, espíritu de caridad, confirme tu corazón )